"Conviene recordar finalmente que peor que llegar a viejo es no llegar a viejo". J.L. Gallardo.
La Patria ha perdido una de sus grandes plumas. A los 89 años, falleció Juan Luis Gallardo. Abogado, periodista, narrador y poeta, paladín de las causas nacionalistas (especialmente Malvinas) y de la fe católica, padre de cuatro hijos, profesor y académico, fue un hombre de vasta cultura que honró a La Prensa con sus textos en varios momentos de su existencia.
Desde 2019, Don Gallardo publicaba en este diario una columna (Con Perdón de la Palabra) sobre temas de actualidad y recuerdos personales, correspondientes a sucesos que tienen interés como contexto de nuestra Historia más o menos reciente, como por ejemplo el cañoneo a la sede de la Alianza Popular Nacionalista en 1955 (1).
También, Los casos del Club Evaristo (lo seguiremos haciendo), sobre distintos misterios del pasado argentino, sometidos a riguroso examen por un grupo de sesudos contertulios que se citaban en el restaurante Avelino de la calle Tacuari. Entre los historiadores diletantes hay uno llamado Gallardo.
Cada artículo de la saga es, en rigor, el capítulo del libro homónimo del literato, entregado a la imprenta en 2014. Hay que destacar que este auténtico caballero publicó a lo largo de su vida más de cuarenta libros. Las Cosas, con sus rimas sencillas y consonantes, agotó tres ediciones.
PROSAPIA
Hijo de Luis Francisco Gallardo Cantilo y de Celina Mercedes Pirovano, Juan Luis Gallardo había nacido en 1934 en la ciudad de Buenos Aires.
Nombres ilustres poblaban su familia. Su bisabuelo paterno fue nada menos que Ángel Gallardo, hombre de ciencia y ministro de Relaciones Exteriores y Culto del presidente Alvear. Su bisabuelo materno, el destacado cirujano Ignacio Pirovano.
Uno de sus libros fue justamente, Mi bisabuelo Pirovano, médico de Buenos Aires, aparecido en 1985 bajo el sello Fundación Pirovano, “el cual rescataba la generosidad de mi tía Josefina Pirovano de Mihura, cuyo mecenazgo hizo posible la edición, magnífica por cierto”, recordaba.
Juan Luis, por otra parte, era primo de Sara Gallardo, la ilustre escritora, quien en una ocasión escribió: “El colegio al que asistía se llamaba Angel Gallardo. Iban todos mis primos y era como muy absurdo. Todo como una burbuja. Un día mi hermana Marta se perdió en un club de Hurlingham y fue a la policía. Le preguntaron: ¿Cómo te llamás? Marta Gallardo. ¿Dónde vivís? En la chacra Gallardo. ¿A qué colegio vas? Al Ángel Gallardo. No, nena, no me tomés el pelo, le respondió el policía. Y todo era verdad. Mi familia era como una burbuja. La burbuja Gallardo".
Junto a sus ocho hermanos, Juan Luis se crió en Huinca Hue, el campo de su padre (3), en el partido de Bolívar.
La estancia se encuentra próxima a la estación Pirovano del entonces Ferrocarril Sud, hoy Ferroexpresopampeano. Ahora, destrucción ferroviaria mediante, sólo circulan trenes de carga, tema de conversación de Don Gallardo con quien esto escribe, orgulloso nieto de Oscar Francisco Belcore, jefe de Estación de Duhau, partido de Pehuajó.
Compuso Gallardo esta estrofa en su momento:
“Desde algún territorio perdido en la distancia
regresan lentamente los trenes de mi infancia.
Y yo, mientras mi madre me tiene de la mano
los estoy esperando, de nuevo, en Pirovano”.
La dilatada llanura bonaerense y pampeana es uno de los temas recurrentes de la obra gallardiana. Algunos de sus escritos en La Prensa, provienen de las historias a la hora del té, la “preferida para sostener la vida social mediante visitas entre quienes, sea en forma permanente, sea en calidad de veraneantes, poblábamos las estancias de la zona” (4) en la década del cuarenta.
“En las Sierras Chatas mi padre construyó una casa con aspecto de fortaleza, después que le expropiaran el campo que tenía en las Sierras de Lihué Calel que hoy es parte de un Parque Nacional. A este campo Papá lo bautizó Santa María del Desierto. Y, en sus últimos años, pasaba allí largas temporadas, acompañado por su segunda mujer, Carmen Beatriz O'Neill, pues, previamente, había enviudado de mi madre, Celina Pirovano de Gallardo”, rememoraba en estas páginas.
“Cierta vez, Sylvester Stallone, sobrevolando la zona en helicóptero, descubrió la casa que había edificado allí mi padre. Y quiso comprarla pagando cualquier precio. Pero mi hermana (María de Jesús Gallardo de García Llorente), con buen sentido, no se la vendió”.
IBARGUREN Y CASTELLANI
La primera esposa de Gallardo fue la señora Mariquita Ibarguren Schindler, nieta del político, historiador y académico Carlos Ibarguren. Con ella tuvo cuatro hijos, Juan María, Milagros, María Eugenia y Catalina Mercedes.
“Carlos Ibarguren (h) quizá haya sido mi mejor amigo y me enseñó muchas cosas”, dijo Gallardo sobre su suegro.
Otro figura que influyo en su pensamiento fue el padre Leonardo Castellani. Así lo evocaba: “Tuve yo el honor de tratar bastante a Castellani, que bautizó a mi hijo mayor, hoy sacerdote. Logré que colaborara en el periódico De Este Tiempo que publicábamos con algunos amigos bajo la tutela de Franci Seeber. Y le escribí el prólogo de su libro Nueva Crítica Literaria, hablando en el acto en que éste fue presentado. También hablé en su presencia cuando se celebró un aniversario del combate de la Vuelta de Obligado en el desaparecido restaurant de la Estación Retiro”.
“Alguna vez estuvo a cenar en casa. Oportunidad en que nos contó que antiguos padres de la Iglesia habían creído en la posible existencia de Angeles Neutrales, que no habían tomado parte en la batalla librada entre los ángeles fieles encabezados por Miguel y los ángeles rebeldes, seguidores de Luzbel”.
Gallardo era lo que podríamos llamar un intelectual orgánico del pensamiento católico argentino. Enseñó Historia Argentina en la Universidad Católica, dirigió Ediciones Culturales Argentina y EDUCA, de la UCA. Además de este diario, fue columnista en La Nueva Provincia y la revista Confirmado. Recibió la Cruz de Plata Esquiú, el premio Santa Clara de Asís y la estatuilla Leonardo Castellani. Fue miembro de la Academia Del Plata, de la Academia Provincial de Ciencias y Artes de San Isidro y de la Junta de Historia Eclesiástica.
CON GAINZA
Delicado conversador, Don Juan Luis recordaba ante quien esto escribe el día soñado en que Máximo Gainza lo había invitado a sumarse a la élite de columnistas de La Prensa. ¿Cómo era que uno de los bastiones del liberalismo argentino aceptaba entre los suyos a un combativo pensador del hispanismo y el nacionalismo católico? se preguntaba. Yo de jovencito me había batido en las calles contra la enseñanza laica, recordaba. Los tiempos habían cambiado y bajo el paraguas de lo que podríamos llamar la derecha argentina entraban todos los buenos, a pesar de algunas diferencias no menores. Cómo en el día de la fecha, podríamos afirmar.
Juan Luis temía alguna mala pasada de los prohombres liberales del diario, esos legendarios secretarios de redacción, pero Máximo lo tranquilizó: “Usted trata directamente conmigo”.
Por cierto, Gallardo fue un precursor en advertir sobre las funestas consecuencias de lo que hoy conocemos como wokismo, una suerte de pensamiento único, progresismo chirle, que se intenta imponer a escala global. En la década del noventa, escribía la columna Otrosí digo, exasperado por las concesiones de Carlos Menem a los poderosos. El Nuevo Orden Mundial era uno de sus blancos predilectos.
Fue un cultor de la amistad con los perros. Recordaba perfectamente el nombre de cada uno de ellos. Escribió hace poco “Y me gustan los perros no sólo por las funciones que cumplen, de vigilancia y compañía, sino también por su fidelidad e inteligencia. Inteligencia peculiar pues, aunque sean incapaces de razonar, entienden, recuerdan y prevén mucho más de lo que uno pudiera creer”.
“Supone una contradicción decir que el perro es el mejor amigo del hombre y, para descalificar a un sujeto, definirlo como un perro”.
Sus últimos pichichos fueron de raza waimaraner, es decir bracos descendientes de los grises de San Luis. “El primero de ellos fue Kaiser, que se murió aparentemente envenenado y el que tenemos actualmente, llamado Otto”.
También le gustaban los deportes. Pese a haber sido partidario de los Gálvez y de Ford, eligió a Juan Manuel Fangio, corredor de Chevrolet antes de transformarse en piloto de Fórmula Uno, como el deportista número de la historia argentina.
Como Borges, mantuvo una relación romántica con las armas. Era socio vitalicio del Círculo de Armas e hizo el servicio militar en el Regimiento Motorizado Buenos Aires, con asiento en el cuartel de Pichincha y Garay, “con aptitud de tirador de infantería debidamente asentado”. La muerte accidental de una pata (la esposa del pato) lo marcó a fuego y desde allí sólo disparó a cosas inanimadas.
CAUSA NACIONAL
Quizás, el asunto que más interesó a Gallardo en sus últimos años como intelectual fue la causa Malvinas. Fue más que “la patriada de intentar una hazaña”, que recordó a la población “valores fundamentales”. Fue, como las Cruzadas, una guerra justa, pregonaba a sus lectores (4).
Escribió artículos punzantes y poemas rotundos (que recitó en un almuerzo memorable de fin de año con sus camaradas de La Prensa), rescató actos de heroísmo y amonedó momentos conmovedores. Como éste: “Con Motivo de hacerles reportajes para la Revista de la Escuela de Guerra Naval, traté con varios sobrevivientes del Crucero General Belgrano que, entre otras cosas, me contaron que, luego de recibir el primer torpedo, se extendió en el buque un silencio sepulcral, como si la nave hubiera muerto”.
También me relató un oficial que, mientras se alejaban del buque sus tripulantes sobrevivientes, desde los botes se hacía oír un rumor cadencioso: que se debía a que los náufragos rezaban el rosario a bordo de ellos”.
Con este otro párrafo nos dejó pensando:
“Manfred Schönfeld, periodista admirable, de ascendencia judía y patriota argentino, afirmaba que los países no sobreviven si carecen de un puñado de héroes que fundamenten su existencia. Y Malvinas suministró esos héroes”.
Digamos finalmente, que el literato publicó también en este diario por entregas semanales un Vocabulario Ríoplatense (5).
Sobreviven a Don Juan Luis Gallardo, hombre “intensamente argentino” como diría Borges, su amable esposa Rosario, hijos y nietos.